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Damián Hudson, (Nace en San Juan el 12 de febrero de 1811 - Fallece en Buenos Aires en el año 1879). Ocupó cargos de importancia en la administración de la provincia de Mendoza, de Argentina. Durante la dictadura de Juan Manuel de Rosas emigró radicándose en Chile. Al volver al país luego de la batalla de Caseros, fundó en Buenos Aires el periódico El Nacional. Fue autor del libro titulado Recuerdos históricos de la provincia de Cuyo, publicado en 1898; donde, nos habla sobre las tertulias en casa del terrateniente mendocino Rafael Vargas. Con respecto a la banda de música integrada por negros esclavos, nos dice que también amenizaban con música las noches que tenía señaladas en la semana para sus espléndidas tertulias, donde ostentaba abundante vajilla de plata y porcelana de China.

Artículo en PDF[]

  1. Eduardo Olivera informa sobre el artículo 200 del Código Rural y publica la carta de Damian Hudson. (1867). Responde a la anterior en Anales de la Sociedad Rural Argentina. 1867. Volumen 1, Número 1, pag: 74-75. Artículo Total PDF 619 Kb.

Damián Hudson y la apicultura[]

Durante los primeros tiempos del desarrollo de la apicultura Argentina se debatían cuestiones sobre las abejas: si era o no conveniente su cría, si se debían tener cerca de los pueblos y si dañaban las frutas o nó. Por ello transcribimos algunos fragmentos de la carta que Damián Hudson remitió al señor D. E. Olivera y que fue publicada en los Anales de la Sociedad Rural Argentina en el primer volumen que comprende desde Septiembre de 1866 hasta diciembre de 1867. Anales de la Sociedad Rural Argentina. 1867. Volumen 1, Número 1, pag: 74-75.

Colmenares[]

Hoy que un artículo del Código Rural ha condenado á la desaparición completa (1) en todos los Partidos próximos á la ciudad de esta tan productiva y fácil industria, recomendamos la lectura de la siguiente carta del señor Hudson, en ella se vé que el daño que se supone es exajerado y que en el caso en que numerosos gustos nos llevasen á desterrar lejos de nosotros todo aquello que pudiera turbar nuestros gosces y delicados gustos sin ver que producen con usura otro, con que pagan triplemente la fruta que hayan podido consumir, debería al menos limitarse un área de un número de cuadras plantando de alfalfa, durasneros, u otros árboles para un número dado de colmenas. Así se evitaría la destrucción completa de este animal tan valiosos, presisamente en los Partidos adonde por la división de la propiedad es un recurso valiosísimo para la familia pobre que sin capital alguno puede decirse, se encuentra anualmente con una buena renta.

Olivera.

(1). El artículo manda salir las colmenas una legua fuera de los éjidos de los pueblos y como pocos hay que tengan cerca de la ciudad más de un radio de una legua alrededor de estos últimos, naturalmente tienen que ser destruidas ó salir á grandes distancias, es decir á las estancias.

Carta de Hudson a Olivera[]

Señor D. E. Olivera: Señor de mi estimación:

He pedídome usted algunos datos sobre el perjuicio que se dice, traen las colmenas sobre las frutas, y me es agradable poder darlos exactos, con respecto a mi país -Mendoza, en donde se introdujo esta industria hacia el año de 1854, propagándose después en bastante extensión.

Es muy general allí, que los dueños de huertas frutales, en que hay también parrales de muchas clases de uva, se dedican aá las colmenas, y es bajo los mismos árboles y al lado de los jardines que colocan estas en la estención que les quieren dar. Pero jamás señor he oido quejarse á esos propietarios que ese útil insecto, perjudicase en lo mas mínimo la fruta, cualquiera que sea su clase. Es sabido que la abeja se alimenta de la sola miel que ella elabora y que esta y la cera las saca del jugo que su cáliz tienen en las flores y desu polen. ¿Y que miel y cera pueden extraer de las frutas, que por dulces que algunas sean, tienen siempre ácido, y no contienen en manera alguna el material para la última. ¿Por puro daño?. No se conocen esos institntos destructores, dañinos y de desperdicio en la abeja. Repito, señor, nunca he oido á los dedicados á ese cultivo, que hayan encontrado en las frutas, rastros de destrucción por ellas.

Aun en los mismos jardines que se tienen en Mendoza, de escojidas y hermosas flores, teniendo allí cerca las colmenas, no se observa causen un deterioro tal, que perjudique la belleza y frescura de las flores. Porque, se vé, señor, que no se posan en una sola, pasan y pasan, sin agotar las sustancias que, en tanta abundancia y tan numerosas como ellas son, les brindan para su preciosas y particular industria.

Se ha notado, por lo demás, que estos insectos prefieren, buscándola con ahínco, la flor de alfalfa, y usted sabe queen Mendoza este fruto abunda extraordinariamente. Sóbrales alimentos de ricas sustancias para su trabajos de elavoración. Creo una invención eso de atribuirles el gusto de dañar las frutas.

Mr. Miguel Pouget, de la Escuela de Grenottz, Director de la Quinta Normal de aclimatación en Mendoza, fue el que allí introdujo las colmenas, y hombre muy competente como horticultor, como agricultor de todos los ramos, que tiene en su misma quinta de árboles frutales, sus colmenas, no ha notado en la abeja tal propención. Mi distinguido amigo, el finado Dr. D. Vicente Gil, que fué él quien le siguió en ese cultivo, en ninguna vez, de las muchas en que me habló de sus colmenas, de la vida, costumbres, y curiosísima industria de estos insectos, que se encantaba dedicando mucha parte de su tiempo, por distracción, siguiendo con estictez las reglas y métodos últimamente publicados, teniendo, por fin, una constante y prolija observación sobre sus obreras; jamas, le oí que ellas dañasen las frutas y esto que sus colmenas estaban bajo árboles y al lado de su jardín. Lo mismo puedo decir respecto a muchos otros que se han dedicado a dicho cultivo.

Con el mayor gusto estoy dispuesto a dar a usted los demás datos que sobre esto y otros respectos quiera pedirnos.

Soy de Ud., señor. muy atento S.S.

Q. S. M. B.

Damian Hidson

  • Anales de la Sociedad Rural Argentina n. 98, pag 75.

Carta de Guillermo Rawson a Damián Hudson[]

Al Salir de una prisión[]

  • San Juan, diciembre 9 de 1853
  • Al Señor don Damián Hudson

Amigo muy querido:

Nuestra frecuente correspondencia, tan interesante para mí, fué interrumpida por la amabilidad del señor Benavides y Cía.; quiso tenerme tan cerca de sí, tan exclusivamente ocupado de su cariño que me hizo transportar a San Clemente y asegurarme allí con una arroba de hierro puesta es mis pobre piernas. Eso pasó, estoy ya libre, después de quince días de reclusión y de tortura; y lo primero que afectó mi corazón al volver a la luz, fué la noticia de los esfuerzos fervientes de mi excelente amigo Hudson en favor de esta pobre víctima. No puede usted imaginar cuán hondamente me ha conmovido su solícito empeño, y la amigable deferencia con que el señor Segura, y mi estimado compañero el doctor García se han prestado a secundar sus conatos. Prescindiendo de la utilidad o conveniencia de este paso, y de que Benavides no tiene en cuenta jamás ni las recomendaciones de su madre, el interés manifestado por los señores Segura y García, en mi favor, no puede menos de herir a estos miserables que tanto trabajan por mi ruina. Quisiera hablarle ahora de mis propósitos para adelante. ¿Iré a Mendoza a buscar un asilo contra las pasiones brutales de mis verdugos? ¿Abandonaré, por temor de nuevas vejaciones y de la muerte, el puesto de mártir que en mi destino ha querido colocarme? Cuestión es ésta que, mirada bajo éste solo aspecto, no me tendría perplejo un solo instante, pues que cuando regresé a San Juan, vine ya con la resignación del que se prepara al sacrificio. Ni me ocurre otro motivo que pueda justificar mi deserción, desde que los insultos seguros y el probable degüello que me espera, viviendo entre éstos bárbaros, no me hacen volver la cara. Más adelante hablaremos acerca de esto. No quisiera yo que mis amigos de Mendoza tomen por una temeraria obstinación mi constancia en vivir aquí. No, mi querido; yo busco, sin pasión, el lugar sobre la tierra donde puedo servir mejor a los intereses de la humanidad y de la causa santa que es la religión de mi alma, y no veo otro que este pedazo de tierra idolatrado, donde están sepultadas para siempre las esperanzas de mi vida. Si Dios envía alguna vez sobre este pueblo las indicaciones de la libertad y de la paz, otros hombres más a propósito vendrán aquí para hacer germinar los elementos de prosperidad que están dormidos; pero yo, que tengo la vocación del sacrificio y del martirio, debo inmolarme en el altar como una víctima expiatoria. En fin, después hablaremos sobre esto, porque quiero que usted me encuentre razón y me justifique. El señor Soto lleva el retrato de mi padre. Es un presente de nuestra amistad, que será valioso para usted, estoy seguro. Si me matan, encargo a Franklin que le envíe también mi retrato para que lo coloque al lado del de mi padre.

Véase también[]

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